martes, 14 de junio de 2011

La mar de delfines

Que la inteligencia de los delfines es un hecho constatado lo demuestra el sólo hecho de vivir en Gran Canaria.
Los delfines, que por su facilidad para encontrar alimentos se permiten el lujo de dedicar su tiempo a disfrutar, se divierten de lo lindo en el sur de la isla. En unos mares calmos, oxigenados por los frescos alisios del norte, que resultan irresistibles para darse la gran vida.

Delfines saltan sobre el mar de Gran Canaria
Una niña espera en el muelle al barco de los delfines
La actividad de los delfines comienza con los primeros rayos de sol alumbrando las playas. Comúnmente denominados por los isleños como toninas, la visión de sus aletas asomando por la superficie garantiza la fiesta. Su avistamiento se convierte en la principal atracción del día. Tanto es así que desde hace unos años varias empresas locales facilitan a los visitantes la compañía de la familia delfín, con excursiones en embarcaciones autorizadas para acercarse a sus hábitats. Con las garantías que exige la legislación. Con la supervisión a bordo de expertos que informan al pasaje.
Silvana Neves, bióloga de la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en Canarias, que toma sus datos desde el puente de mando de uno de estos barcos, confirma lo evidente: "Es que éste es el paraíso de los cetáceos. De las 87 especies que existen en el mundo 29 están aquí..." La Red Natura 2000 también lo considera como uno de los lugares con mayor valor ecológico de Europa. Además del mular se pueden observar fácilmente delfines comunes, delfines listados y moteados.

Un delfín presume de acróbata en el mar de Gran Canaria
Es un emocionante safari de unas dos horas de duración, con salidas dos veces al día. Una excursión marina en busca de la fascinante imagen de unos ejemplares que, como el delfín mular, llegan a pesar más de media tonelada. Un peso que no les impide brincar por encima de la proa, dibujar un espectacular garabato en el aire y caer formando espuma sobre su aleta dorsal, delante de la comitiva. Y si le apetece, hasta aplaude.
Pero antes de que eso ocurra, el pasaje vive los nervios propios de lo inesperado. El patrón del barco y sus avistadores, pertrechados con potentes prismáticos, persiguen indicios de la manada en el mar. Indicios que pueden ser una gaviota oportunista pendiente de la pesca de los mamíferos, una estela inexplicable sobre las aguas o el aviso por radio de unos pescadores, que informan de la situación y el número de los ejemplares que han decidido ofrecer hoy el gran festival.
En ruta hacia el objetivo la tensión aumenta y sin previo aviso se forma una competición para ser el primero en apuntar con el dedo.

Pasajeros de un barco de avistamiento de delfines se asoman por la borda
A lo lejos se intuye una sombra furtiva, ahora dos, luego tres y finalmente una mancha de aletas dorsales que cuando llegan a la altura de la quilla explotan en velocidad, hasta el punto que ya no nadan sino vuelan. Todo a escasos metros de la borda del buque y con una agilidad tan pasmosa que a los propios delfines les da risa.
Allí se ven desde delfines bebé de la ‘mano’ de sus madres intentando imitar una cabriola, a grupos enteros ofreciendo coreografías previamente ensayadas. Todos juntos crean uno de los espectáculos más puros que puede ofrecer la Naturaleza, lo que provoca en el público el mismo efecto que un contacto en tercera fase. Y no es una simple metáfora, es el encuentro en Gran Canaria con una de las maravillas más asombrosas del planeta.
Salidas diarias desde Puerto Rico. Embárcate al mar de delfines.

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